Esta semana leí parte del ensayo No me cuentes tu vida: Límites y excesos del yo narrativo y editorial, de Carlos Clavería Laguarda, que me dejó dándole vueltas a mi manera de narrar a nivel personal y laboral. Él habla del ombliguismo narrativo, que es esa manía de convertir la confesión personal en protagonista de todo, aunque no tenga fondo estético, y es solo ego. Y me cayó el veinte que eso mismo lo veo en muchas comunicaciones corporativas.
¿Te ha pasado que en tu empresa los correos internos o mensajes de LinkedIn terminan siendo listas de “ganamos tal premio”, “lanzamos esta campaña”, “inauguramos tal cosa”? No está mal presumir, pero si no hay reflexión, el hecho por sí solo puede hasta llegar a aburrir.
Clavería alerta que confiar solo en la confesión personal puede volverse el camino fácil, al únicamente contar lo íntimo, sin preocuparse por la forma. Y eso en literatura produce redundancia o superficialidad.
En comunicación corporativa puede generar mensajes que suenan igual entre sí, sin marca personal y una cierta complacencia editorial del tipo “publicamos lo que la gente quiere ver”, “lo que genera reacciones”, aunque no aporte valor estratégico real.

El yo corporativo tiene propósito cuando:
Un estudio de BCG señala que la autenticidad corporativa se sostiene en tres pilares: capacidad, convicción y oportunidad. El yo corporativo suma cuando está respaldado por acciones coherentes, no por discursos huecos.
Y claro, hay momentos en que hablar de “yo” no suma, sino que resta:
El Edelman Trust Barometer 2024 muestra que la confianza en líderes empresariales sigue siendo frágil. Cuando la comunicación se siente autopromocional más que auténtica, el yo corporativo pierde fuerza.

Como editora corporativa que vive este tema, te comparto algunas ideas para conectar.
Como ves, se trata de encarrilar el yo para que tus mensajes internos y externos signifiquen algo. Como bien dijo Clavería: no ganas si cuentas tu vida entera; ganas si cuentas lo que deja huella.