7:12 a. m. Mensaje en WhatsApp: “¿Podemos tener un comunicado para hoy? Lo ideal sería con ‘tono humano’, subtítulos, versión para Colombia y un videíto corto”. Abro la compu. La herramienta de moda promete hacerlo en minutos. Yo respiro. Antes del clic, escucho: ¿qué quiere decir realmente esta empresa?
A veces pienso que la innovación se parece a esas olas que asustan cuando uno ya está adentro del mar. Te empuja, te revuelca un poco, y cuando logras salir, algo cambió; no siempre es visible, pero cambió. Y creo que en la comunicación pasa igual. Hay nuevas palabras en el aire —IA, automatización, copilotos, metaverso— y de pronto, todo el mundo quiere surfear esa ola. Pero yo, que vengo de los cuadernos, todavía necesito tocar el agua antes de lanzarme. No es nostalgia; es que una frase sin historia no aguanta tanto brillo.
Desde hace años, trabajo con equipos que escriben para cientos de personas todos los días, explicando decisiones y compartiendo dirección, y casi siempre llegamos al mismo punto: qué difícil es sonar cercano cuando hay tanto protocolo. Y justo ahí es cuando entra el trabajo que más disfruto, que es buscar el ritmo que deje espacio, ajustar el texto hasta que la idea se escuche sin tener que gritar, quitar la prisa.

Visita a planta. Un operador me cuenta cómo ajustaron un proceso que nadie había documentado. Saco el celular, grabo dos ideas, tomo una foto de sus manos. Ese material vale más que cualquier filtro innovador. Si la empresa quiere, podemos convertirlo en cápsula corta para intranet y en párrafo para el reporte. Con IA, genero variantes por país; con edición humana, dejo a la persona al frente.
La tendencia dice “hiperpersonalización” y “descubrimiento vía IA”. Bien. A mí me interesa que Mario no desaparezca bajo un copy genérico. Y ahí está la innovación que me interesa, la que no se ve, pero cambia la forma de mirar.

No tengo una conclusión tajante, pero sí una certeza: la IA en la comunicación corporativa, igual que la marea, no se detiene; podemos correr detrás o aprender a escuchar su vaivén. Y yo, la verdad, prefiero escuchar.